LA DESPEDIDA DE LOS SOBRINOS PARA CUCA ACEROS

No hay alegría en ninguna despedida, más allá de la del recuerdo fiel de aquel que parte.

Cuando llega el momento de decir adiós de forma como nos corresponde hoy, se vuelve pues perentorio rendir homenaje a ese recuerdo: el de la persona que vive en cada uno de nosotros, y que nos acompañará hasta que nos toque también decir adiós.

Cada uno de los que nos acompaña hoy tiene la imagen nítida de mi tío Herman Cuca Aceros, y privadamente revivirá una y otra vez las veces que charló con él, aprendió de él, lo escuchó relatar sus aventuras o jugó a su lado o bajo su dirección.

Seguramente, no hay aquí quien no evoque el mundial de Chile del 62 en el que fue capaz de ese gol que no se ha repetido en la historia del futbol en Santander. Un gol a los 30 minutos de una derrota aparentemente inevitable.

Yo no había nacido entonces para verlo; pero recuerdo aún a mi padre cuando me dijo, a modo de broma pero con orgullo, que las siglas del equipo soviético conmemoraban ese día en el que los rusos casi perdieron con Colombia.

Debo confesar, en todo caso, lo que mi familia ya sabe: y es que no soy el más indicado para hablar de futbol, ni de mi tío como futbolista. Pero sí puedo añadir a estos recuerdos, el de un hombre que nos ha dado a todos una gran lección: la de aquel que se ha entregado a una pasión, e impulsado por su pasión alcanzó la gloria.

En una época como la nuestra ¿quién puede decir que siguió con convicción, fortaleza, entrega absoluta y también picardía, ese camino que se trazó para sí mismo? Se trata, creo yo de uno de los mejores legados que alguien puede dejarnos a todos nosotros: la demostración de que el ser humano se realiza y enaltece en la medida en que es fiel a sí mismo. Y en la medida en que, como mi tío ha dicho, se la juega “por amor”.

De esta manera, y no en la búsqueda del dinero o de la fama, Herman Aceros se hizo grande. Grande, y a la vez humilde; porque sin olvidar sus orígenes, siempre quiso ayudar a otros a alcanzar también sus anhelos. Humilde porque, como dijo alguna vez “no hay hombres superiores, sino equipos con más mentalidad”. Humilde porque vivió siempre “en la calle”, codo a codo con sus amigos: y eran muchos sus amigos. En estos días de dolor han venido a arroparnos, a ofrecernos la palabra precisa, el abrazo sincero y a contarnos las anécdotas que todos recordaremos con alegría.

De esta manera, estos amigos nos han recordado otra lección que Herman nos enseña: a buscarle siempre el chiste a la vida; a recuperar de la experiencia lo extraordinario y a narrarlo con una sonrisa, con un guiño de picardía. “Oiga bien, esa es la vida”, dijo en su última entrevista cuando recordaba a su padre mi abuelo, recibiéndolo en el aeropuerto. ¿Qué mejor triunfo que ese?

Grande, humilde y alegre, Herman Cuca Aceros alcanzó la gloria, e impulsado por sus sueños, jugando “por amor”, poco después de cumplir sus 80 años de vida plena, rodeado por su familia, se ha ido en la búsqueda de quienes se le han anticipado.

Ya debe haber cuadrado cuentas con su padre y con el mío; ya debe haber iniciado un partido eterno, en el que siempre marcará el primer gol. Nos corresponde a nosotros, no solo recordarlo, sino jugar en la vida, tan bien como él lo hizo en el campo.

Para terminar, y en nombre de toda la familia, solo me resta agradecer a UIS Salud, por los cuidados brindados en los últimos días de mi tío Herman, a todas las instituciones y personas que han expresado sus condolencias, a las elogiosas palabras publicadas por los medios de comunicación, así como a todos los que en estos días nos acompañan y con dolor, pero con orgullo, le recuerdan.

Gracias.

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