Hace unas décadas, Piedecuesta era una tierra de extensos cañaduzales y trapiches, muchos de sus campesinos vivían de la producción de panela. Hoy, aunque quedan algunos vestigios, es una actividad que forma parte del libro de los recuerdos y las añoranzas.
Añoranzas y recuerdos cargados de nostalgia y alegría que conservan quienes vivieron el apogeo de la industria panelera en Piedecuesta. El modo de vivir y de relacionarse con el entorno era más sencillo, más familiar, más alegre.
Dos o tres trapiches todavía muelen caña en Piedecuesta. El proceso artesanal de producción de panela comienza con el cultivo y corte de la caña que es transportada por mulas. Luego el trapiche se encarga de sacarle el dulce jugo que es llevado hasta grandes recipientes.
Nada se desperdicia, pues el bagazo que queda después de la extracción del líquido se seca y es utilizado como combustible de los fogones que duran encendidos varios días. El calor va hirviendo el jugo que pasa por diferentes recipientes a medida que el producto va tomando el color y el espesor necesario. Cuando el melao adquiere su punto, se vacea en los moldes que le dan la forma cúbica a la deliciosa panela piedecuestana que se consume en los hogares hormigueros.
Andrés es un joven santandereano que llegó a Piedecuesta proveniente del campo para estudiar economía en la UIS. Un día vio que el trapiche de San Cristóbal estaba moliendo, y su curiosidad por los procesos de fabricación lo llevó a pedirles a los trabajadores que le enseñaran todo sobre la panela.
Todos o al menos la gran mayoría de “trapicheros”, cargan sobre sus espaldas décadas entregadas a la labor de la producción artesanal de panela. Sobre Andrés recae ahora esa entrañable tradición que por varias razonesestá a punto de desaparecer.
Por más utópico y soñador que sea el deseo de que resurja esta industria, los trabajadores seguirán luchando para que no desaparezcan los últimos trapiches de Piedecuesta.
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